Publicado por alfonso longo (alfonso@ghenera.com)
Al morir, aquel campesino dejó a sus dos hijos dos terrenos exactamente iguales.
- Cada terreno está a un lado del camino que conduce al molino –les dijo en el lecho de muerte-. Esas parcelas son todas mis pertenencias. Después de que yo haya muerto, habrán de ser las vuestras.
Al día siguiente, justo después de que el gallo cantara al amanecer, el anciano labrador dejó serenamente este mundo. Sus dos hijos, gemelos por más señas, se abrazaron tristes, y se separaron para ir a trabajar, cada uno, a un lado del camino que conducía al molino.
Durante más de cincuenta años se levantaron temprano cada día para ir a remover la tierra, a arar, a sembrar, a quitar las malas hierbas, a regar, a cosechar.
Cierto día, un caminante, parado en la senda que separaba ambos terrenos, se fijó en los dos hermanos. Los dos iguales, con tierras iguales, con cosechas iguales, incluso con aspectos iguales, como si fueran el uno espejo del otro. Sin embargo, el peregrino, que era observador, notó una sutil diferencia. En la cara de uno de los campesinos se dibujaba una leve, casi imperceptible, sonrisa. En la frente del otro se habían asentado, también casi invisibles, unas arrugas de enojo que le fruncían el ceño.
Entonces el viajero se acercó al hermano que parecía enfadado.
- Te veo cansado y algo disgustado - le dijo-. Tus tierras son fértiles. ¿Te gustaría venderlas?
- Estas tierras pertenecían a mi padre y ahora me pertenecen –contestó- . Jamás podría desprenderme de ellas.
Después se acercó al otro hermano.
- Te veo cansado y aún contento – le dijo-¿Qué tiene de divertido el duro trabajo que realizas?
Y el campesino, sin prestarle mucha atención ni interrumpir su labor, le contestó:
- Como antes mi padre y aún antes mi abuelo, yo pertenezco ahora a este trozo de tierra.
- Cada terreno está a un lado del camino que conduce al molino –les dijo en el lecho de muerte-. Esas parcelas son todas mis pertenencias. Después de que yo haya muerto, habrán de ser las vuestras.
Al día siguiente, justo después de que el gallo cantara al amanecer, el anciano labrador dejó serenamente este mundo. Sus dos hijos, gemelos por más señas, se abrazaron tristes, y se separaron para ir a trabajar, cada uno, a un lado del camino que conducía al molino.
Durante más de cincuenta años se levantaron temprano cada día para ir a remover la tierra, a arar, a sembrar, a quitar las malas hierbas, a regar, a cosechar.
Cierto día, un caminante, parado en la senda que separaba ambos terrenos, se fijó en los dos hermanos. Los dos iguales, con tierras iguales, con cosechas iguales, incluso con aspectos iguales, como si fueran el uno espejo del otro. Sin embargo, el peregrino, que era observador, notó una sutil diferencia. En la cara de uno de los campesinos se dibujaba una leve, casi imperceptible, sonrisa. En la frente del otro se habían asentado, también casi invisibles, unas arrugas de enojo que le fruncían el ceño.
Entonces el viajero se acercó al hermano que parecía enfadado.
- Te veo cansado y algo disgustado - le dijo-. Tus tierras son fértiles. ¿Te gustaría venderlas?
- Estas tierras pertenecían a mi padre y ahora me pertenecen –contestó- . Jamás podría desprenderme de ellas.
Después se acercó al otro hermano.
- Te veo cansado y aún contento – le dijo-¿Qué tiene de divertido el duro trabajo que realizas?
Y el campesino, sin prestarle mucha atención ni interrumpir su labor, le contestó:
- Como antes mi padre y aún antes mi abuelo, yo pertenezco ahora a este trozo de tierra.
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Publicado por VRedondoF para FyP el 2/26/2009 10:33:00 AM
